lunes, 19 de mayo de 2014

Éramos unos granujas
(Homenaje a Truffaut: "Les Mistons")

Javier Coves Toral


       Aquel verano marcó un antes y un después en nuestras vidas. Éramos un grupo de cinco amigos, como cualquier otro, y todas las tardes nos encantaba ver a Bernardette, una joven bastante guapa, en bicicleta con su rubio cabello corto relucir a la luz del sol y su falda blanca a merced del viento. La seguíamos a donde fuera. Ella iba en bicicleta a todos los sitios, y nosotros íbamos detrás de ella fuera a donde fuese. Normalmente iba al bosque y para cuando llegara, nosotros ya la estábamos esperando detrás de unos arbustos. Ella dejaba la bici apoyada en un árbol e iba a pasearse. Entonces salíamos de nuestro escondite y corríamos al lado de la bici; nos gustaba oler el sillín en busca de algún rastro suyo. Cuando Bernardette volvía, nos escapábamos y nos escondíamos entre la vegetación para que no nos viera.

 Bernardette no estaba sola, a menudo salía con su novio Gerard, un apuesto joven de pelo moreno. Nos gustaba fastidiar a la pareja de todas las formas posibles, muchas veces escribíamos con tiza sus nombres en un corazón por las paredes del pueblo. Era muy frustrante saber que Bernardette no podía ser para ninguno de nosotros, ya que era bastante más mayor.

 De vez en cuando la pareja, iba al anfiteatro, y naturalmente, nosotros también, nos escondíamos entre las esquinas de aquellas ruinas para asustarles cuando ellos pasaran, pero a Gerard eso no le sentaba nada bien, y no dudaba en asestarnos un fuerte golpe con sus duros puños si nos lograba atrapar. Cuando ellos se iban, nosotros, para divertirnos un rato y olvidarnos de los golpes de Gerard, jugábamos a las guerras por las gradas del anfiteatro. 
 
 

Los días que más calor hacía, solíamos ir a mojarnos al río para refrescarnos un poco, ya que estábamos en verano. Uno de aquellos calurosos días, decidimos fumarnos un cigarrillo viendo cómo Bernardette jugaba al tenis con Gerard. Aquel día, Bernardette llevaba una minifalda blanca, que ondeaba cada vez que hacía esos movimientos de cadera, que tanto nos gustaban, para golpear la pelota.

Una tarde de otoño, Gerard decidió irse a escalar unos días por asuntos del trabajo y le dijo a su chica que volvería pronto, y nada más llegar la llevaría al altar para casarse con ella. Al poco tiempo de marcharse Gerard, a Bernardette le llegó la noticia de que él había muerto en un terrible accidente en la montaña a la que había ido. A partir de entonces ya nada fue igual. Bernardette ya casi no salía a la calle y siempre que la veíamos iba vestida de negro. En ese momento descubrimos lo mucho que era Gerard para ella, y, lo peor de todo, ya no la volvimos a ver con su blanca falda al son del viento.
           
                                                                                                            



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