EL DIRECTOR FRANCÉS FRANÇOIS TRUFFAUT (1932-1984) GRABÓ EN 1957 ESTE CORTO QUE OS RECOMENDAMOS. LES MISTONS EVOCA LA PRIMERA ATRACCIÓN ERÓTICA DE UNOS NIÑOS. EN ESTOS RELATOS NOSOTROS HEMOS QUERIDO RECREAR EL UNIVERSO Y LOS RECUERDOS DE ESE GRUPO DE MUCHACHOS.

ÉRAMOS UNOS GRANUJAS
(Homenaje a Truffaut: "Les mistons")
Alba Gomis Román
Nos encantaba. Cada día que la veíamos se nos iluminaban los
ojos. Observarla era lo mejor que nos pasaba en el día, fuera donde fuese; en
la ventana de su casa, en el parque, en la calle. Todos eran
momentos mágicos.
A mí personalmente era al que más me
gustaba Bernardette (así se llamaba). Era única entre todas las muchachas del
barrio. Yo fui el primero que la descubrí, una feliz mañana, cuando me dirigía a la
oficina de mi padre. La vi pasar, con la falda al vuelo en su bicicleta, y
quedé maravillado ante sus ojos. Aquella mujer de ojos claros me robaba la mirada. Cuándo
llegó a su destino mi ilusión se desvaneció. Un muchacho salió de la casa donde
previamente se había detenido, y le dio un tierno beso en los labios. Yo me di
la vuelta y retomé, cabizbajo, el camino hasta la oficina.
Un nuevo día. Tenía unas ganas
irresistibles de contarle a los demás la bella visión que me había cautivado el día
anterior. Les conté todo lo sucedido sin que se me escapase el más mínimo
detalle. Miguel añadió que existía la barrera de la edad y que era una tontería
soñar por ella, si nunca iba a poder aspirar a una belleza como esa.
Aquella tarde los llevé a verla al lago.
En cuanto la vimos, Miguel retiró lo dicho sobre la barrera de la edad. Era tal visión que
se quedó embobado ante ella, como si hubiese sido transportado a otro planeta en
tan solo unos segundos. Los demás no pudieron ni pronunciar palabra ante tal
maravilla. Uno de nosotros se acercó unos pasos para divisar sus encantos de
mujer. Los demás lo seguimos hasta escondernos detrás de unos matorrales.

Un día perfecto, nada podía estropearlo:
había descubierto que ella vivía en mi misma calle, más precisamente, en la calle Tibidabo
número 13.
Mis amigos se enteraron de mi descubrimiento, les había parecido perfecto.
Desde aquel momento, la razón de levantarnos cada día era Bernardette: ella era la
perfección personificada. Aquel verano nuestra principal actividad consistía en espiarla y seguirla a todas partes; y, sobre todo, algo que todos
hacíamos: babear por ella como unos tontos. Era como si no existiese otra chica
en todo el universo. Nuestros pequeños cerebros, que no daban para mucho, solo
estaban concentrados en ella día y noche.
Pasamos cierto tiempo así, detrás de Bernardette, ya sabíamos todo lo que hacía en cada jornada. Mis amigos, cada día odiaban
más a su novio, pero no podían hacer nada para remediarlo. Ellos se hacían
ilusiones; sin embargo, yo les recordaba que Bernardette no sabía de nuestra existencia,
éramos unos chiquillos que no pensábamos en otra cosa que en las chicas, y
esto todos esperábamos que fuese un amor pasajero. Menos yo, que la quería de
verdad y sabía con todo mi corazón que por siempre iba a seguir amando a la señorita
de la calle Tibidabo
número 13.
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