viernes, 20 de junio de 2014

EL ESCARABAJO AZUL



EL ESCARABAJO AZUL


Nuria Ortiz Pérez-Ojeda


Llegó el día. Me levanté de mi cama casi dando un salto. Tenía la maleta ya preparada. Me aseé y me vestí con tranquilidad. Me sobraba tiempo. Entonces recordé que anoche puse la alarma de mi móvil sobre las siete y media de la mañana. Miré el reloj y eran las siete y veinticinco. Cogí el teléfono y desconecté la alarma para que no sonara. Estaba tan nerviosa que no había dormido ni tres horas seguidas. Me preparé un café bien caliente y un par de tostadas con mantequilla. Cuando terminé, ojeé el reloj y aún no eran las ocho. Entonces recordé que Álvaro y yo habíamos quedado en el parque que hay junto al museo, a las nueve y media.

Me acomodé de nuevo en mi cama y encendí la televisión, para entretenerme al menos media hora. Estaban dando las noticias. Las estuve escuchando poco más de diez minutos, porque entonces caí en un sueño invencible.  

El tono de llamada de mi móvil retumbó en todo el edificio. Me desperté sin explicarme qué me había pasado. Vi que quien me estaba llamando: era Álvaro. Antes de descolgar, miré la hora y… ¡Eran las diez en punto!

         —¡Lo siento Álvaro, voy enseguida! dije.

Colgué rápidamente para no escuchar ningún tipo de reprimenda y cogí mis cosas para salir hacia el parque corriendo.

Llegué al parque sobre las diez y cuarto. La cara de Álvaro lo decía todo. Menos mal que nuestro avión sale a las 11. Nos dimos dos besos y nos subimos al primer taxi que pasó por allí.

     —Anda que ya te vale, Julia… musitó Álvaro. 
     —No volverá a pasar, señor dije casi riéndome.

Mi comentario desató una larga conversación en el taxi: planeamos la salida al gran bosque de Moscú, el hotel donde nos alojaríamos, los objetos que necesitaríamos para encontrar aquel precioso zafiro azul, que tiene forma de escarabajo, o al menos eso dicen…

El zafiro azul del que os acabo de hablar es una piedra azul escondida entre los inmensos árboles de una selva de la que pocos salen vivos. Esa selva o bosque, se hace llamar “Dark Forest”. Este nombre es debido a los muchos cadáveres que han sido encontrados allí, sin saber de una manera exacta la causa de su muerte. Algunos aparecen con flechas clavadas en el pecho, otros desnucados, varios con la cabeza decapitada… Y todas las víctimas aparecen justo enfrente de la cueva donde se encuentra  escondida la piedra en forma de escarabajo. Desde entonces, nadie se atreve a pisar cerca de allí.

Álvaro está obsesionado con que tiene que encontrarla, por su abuelo y su padre. Sus dos parientes lo intentaron, pero murieron en su empeño, sin tener posibilidad alguna de encontrar el zafiro. Sé que es un viaje peligroso; igual nos cuesta la vida. Pero no puedo dejar que Álvaro haga este viaje solo, él ya ha hecho muchas cosas por mí. Digamos que es un viaje de amigos, tampoco nos lo tomemos como algo de vida o muerte.

Eran las once menos cuarto. El taxi ya nos había dejado en el aeropuerto de Madrid. Entregamos nuestros pasaportes, mientras la recepcionista nos daba dos billetes para embarcar a las once en el avión.

      —¿Llevas todo lo que te dije? preguntó Álvaro.

      —Sí, lo llevo todo.

Hablamos durante veinte minutos, hasta que la voz de una chica anunció en cuatro idiomas, por lo menos:

     —Pasajeros del vuelo 742, ya pueden embarcar en el avión.

Intercambiamos miradas; entusiasmados, cogimos las maletas y subimos al avión. Poco después de veinte minutos, este se puso en marcha, hacia la enorme Rusia. No sé qué sentí durante el largo viaje, si miedo o entusiasmo, ganas de llegar o de arrepentirme… Me agobié en un mar de dudas. Entonces dormí para olvidarme.

      Despierta, Julia, que ya hemos llegado dijo Álvaro.

        —¿Ya? dije sin poder abrir bien los ojos.

Bajamos por las escaleras hacia la pista de aterrizaje y entramos en el aeropuerto de Moscú para coger nuestras maletas. Poco después sacamos dos billetes de metro, y este nos llevó a la capital. Encontramos nuestro alojamiento, que se llamaba “Garden Hotel”, a cinco minutos de la parada de metro, en el centro de Moscú.

Se hizo de noche enseguida, y como de costumbre me tumbé en la cama de mi habitación y caí en un sueño profundo. Álvaro hizo lo mismo, en su cuarto. Teníamos una habitación enfrente de la otra.

Al día siguiente, Álvaro tocó varias veces la puerta de mi cuarto. Salí enseguida, ya que hacía media hora que estaba despierta y nos fuimos a desayunar. Él llevaba una gran mochila a su espalda, como si fuese de escalada. Yo también llevaba la mía. Terminamos y nos pusimos de una vez en marcha. Álvaro alquiló su propio coche durante dos días completos. Salimos de la capital en unos veinte minutos. Ya en la autopista, vimos un cartel que decía: “Dark Forest a 3 km”.

Llegamos, aparcamos el coche y nos adentramos en lo que podía ser nuestra perdición. El bosque tenía un caminito de piedras que se iba perdiendo a medida que nos adentrábamos cada vez más en él.

       Al menos, si en cualquier momento tenemos que huir, ya sabemos cómo volver al coche dije optimista.

Comenzaba a oscurecer. No tardó en ponerse a diluviar. Entonces montamos la tienda de campaña que tenía Álvaro y nos tocó esperar hasta que aclaró.

         —¿Qué haremos cuando estemos delante de la cueva? dije preocupada.

         —Habrá que averiguar cuál es la trampa que ha causado tantas muertes —entonces vio mi cara de preocupación y rectificó—. Te prometo que de aquí no nos vamos sin el zafiro azul en nuestras manos.

          —De acuerdo dije con una tímida sonrisa.

La tormenta cesó y nos volvimos a poner en marcha. Estuvimos andando unas dos horas, y el cansancio se apoderó de mí. Me dolía la espalda de llevar la mochila.

    —Deberíamos descansar un rato propuse, mientras me sentaba en una piedra.

Álvaro me dijo algo que no logré escuchar bien. Mi atención se desvió a mi pierna derecha, ya que una serpiente de unos dos metros se estaba enrollando en ella. Estuve a punto de gritar, pero no pude. En ese instante me quedé bloqueada. Antes de que pudiera hacerle señas a mi compañero, este ya había desempuñado su navaja. Dio un golpe rápido y seco sobre la serpiente, que se partió en dos.

Suspiré, aliviada. Pero entonces noté unos leves pinchazos en mi tibia. De una gran brecha salía una sangre tan roja, que me mareé. Cinco minutos después, Álvaro me despertó y me dijo que teníamos que continuar. Él me vendó la herida, y volvimos a ponernos en marcha.

Pasaban horas, y no conseguíamos encontrar la cueva. Hasta que, al fin, la encantadora voz de Álvaro dijo:

       —¡Julia, aquí está la cueva, ya hemos llegado!

       —Qué agradable escuchar eso… dije mientras dejaba por allí tirada mi pesada mochila.

Allí se encontraba una pared de piedra que mediría cinco metros, llena de enredaderas y flores secas. Y en lo más bajo de la pared, se encontraba un saliente con un gran agujero, del que no se veía el fondo. Entonces lo vi. No hacía falta alumbrar con una linterna para verlo. Encima de una especie de rectángulo de piedra: el zafiro azul, que brillaba desde el lugar donde nos encontrábamos.

         —Tiraré dos o tres piedras a su alrededor, y si no pasa nada, entraré yo mismo y la cogeré.

Asentí. Entonces Álvaro se dispuso a lanzar la primera. Cayó justo al lado del altar de piedra. Y aunque nos extrañó, no pasó nada. Ni una flecha, ninguna trampa escondida entre las hojas del suelo… Con la segunda piedra, lo mismo. Y con la tercera, exactamente igual: no pasó nada

    —Entonces, acércate y cógela. Pero ven enseguida a mi lado y saldremos de aquí corriendo. Me extraña que sea tan fácil.

          —De acuerdo dijo Álvaro.

Se acercó lentamente hacia la cueva. Llegó hasta el altar. Se dispuso a intercambiar el precioso escarabajo azul, por una piedra. Y lo consiguió. Regresó hacia mí, con una sincera sonrisa, hasta que miles de flechas comenzaron a dispararse desde algún lugar desconocido. Una de ellas me rozó el brazo y otra se clavó en el tronco de un árbol muy cerca de nosotros.

¡Corre Julia! me gritó. Y sin perder ni un instante, salimos de allí.

Donde las flechas ya no nos alcanzaban, Álvaro se tiró al suelo, con el zafiro todavía en la mano. Una flecha atravesaba totalmente su pierna. Comenzó a gemir mientras el dolor se apoderaba de él. Pensé en quitarle esa maldita flecha, pero no tardaría en desangrarse.

¡Vamos Álvaro, tenemos que salir de aquí!

Mi pobre compañero hizo un esfuerzo y se puso en pie. Tardamos varias horas en salir de aquel bosque maldito, pero lo conseguimos. Al llegar al coche recordé que mi mochila se había quedado allí. Aun así, ni se me pasó por la cabeza regresar por ella.

Esta vez conduje yo, ya que Álvaro no podía debido a su herida. Era de noche cuando llegamos al primer hospital que encontramos por el camino. Álvaro, que no había perdido el conocimiento de milagro, salió cojeando del coche. Lo cogí por los hombros y lo llevé a urgencias. Lo atendieron de inmediato.

     —Dame el zafiro, te lo guardaré bien, confía en mí le dije.

Me entregó la piedra y se lo llevaron para curarlo. Pasé la noche en un incómodo sofá del hospital, con el zafiro bien guardado en mi bolsillo.

 Al día siguiente, me desperté sobre las diez y pude entrar a visitar a Álvaro.

        —¿Cómo estás?

      —Bien, aunque aún me duele la pierna. Déjame la piedra.

Se la entregué. La observó con detenimiento y al fin me dijo, con una sonrisa:

          —Lo hemos conseguido… La guardaré en memoria de mis parientes fallecidos. Gracias por todo, Julia. Sin tu ayuda no lo habría logrado. —dijo mientras admiraba aquel brillante zafiro azul.

          —De nada, aunque si no fuera por ti, ahora mismo no estaría viva —vacilé mientras me miraba la leve brecha en mi pierna, que me causó Álvaro al mismo tiempo que se deshacía de aquella serpiente.

            Álvaro sonrió durante un instante. Hubo un breve silencio. Entonces se incorporó, se abalanzó sobre mí y me dio un beso en los labios.


 
 

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