miércoles, 4 de junio de 2014

UNA NUEVA IDENTIDAD

LA METAMORFOSIS




Gregorio Samsa no sabía cómo darse la vuelta para bajar de la cama; por mucho que lo intentara, no conseguía más que hacerse daño. Finalmente hizo un esfuerzo y logró girarse cayendo de la cama y pegándose de bruces contra el suelo. Cuando se disponía a abrir la puerta, pensó qué ocurriría si su madre lo viese así, convertido en un insecto de tamaño humano. Antes de que Gregorio pudiera reaccionar a su pregunta, su madre entró por la puerta, se quedó unos segundos mirando el gran insecto que tenía delante y a continuación pegó un chillido y cerró la puerta de un portazo. Unos segundos más tarde, entró el padre de Gregorio; pero el insecto ya no estaba allí, su padre alzó la vista y vio que la ventana de la habitación estaba abierta. Miró por ella y luego la cerró de golpe. Enseguida los padres de Gregorio llamaron a la policía diciéndoles que un insecto gigante se había comido a su hijo.

Samsa bajaba por la pared del edificio a toda velocidad: podía trepar por las paredes. Tuvo suerte de que la ventana de su habitación daba a un callejón oscuro por el que nadie solía pasar. El pueblo en el que Gregorio vivía era muy pequeño, y a esas horas de la mañana y con la lluvia que caía todavía  había menos gente en la calle.

Cuando Gregorio Samsa se disponía a salir de aquel callejón, oyó que la sirena de un coche de policía se acercaba rápidamente hacia donde él estaba. El coche de policía aparcó enfrente de la puerta de su casa y de él salió un hombre alto de ojos color marrón oscuro vestido con uniforme de policía. Se acercó a la puerta de su casa y tocó el timbre. Poco después sus padres abrieron la puerta y comenzaron a hablar con el policía. Estaban a unos diez metros de donde Samsa se hallaba, pero él no podía oír de qué estaban hablando. Él suponía que hablaban del insecto que sus padres habían visto, pero ellos no sabían que ese bicho en realidad era Gregorio, que por alguna extraña razón había despertado convertido en un escarabajo.

Gregorio no podía salir de aquel callejón, ya que el policía y sus padres estaban unos metros más allá. El policía se despidió de los padres de Gregorio y se fue en su coche patrulla. Cuando el coche del policía pasó al lado de aquel callejón, Gregorio se pegó todo lo que pudo a la pared con la intención de que no lo vieran. El policía pasó de largo y giró por la siguiente calle.

Samsa seguía pensando en llegar a donde él trabajaba. Creía que al llegar allí sabrían quién era y le ayudarían. Gregorio abandonó el callejón y se dispuso a ir a trabajar; pero tuvo mala suerte: en el primer cruce de calles, se vio cara a cara con un policía que vigilaba el perímetro con un paraguas en la mano. El policía se quedó aturdido mirando a Samsa, como si no entendiera lo que veía. Pero enseguida recobró la conciencia y pidió refuerzos. Gregorio no dudó en salir corriendo a toda prisa, giró en la primera calle, pero enseguida se dio cuenta de que era mala idea, porque un coche de policía venía directo hacia él. Sin pensarlo dos veces, se agachó y pasó por debajo del coche, y siguió corriendo, aunque todavía no estaba salvado, porque ahora le perseguían dos coches de policía. Lo bueno es que les sacaba bastante ventaja. Aun así, sin embargo, dos balazos pasaron rozándole el cuerpo. Eso hizo que se diera más prisa.

Giró en la siguiente esquina y trepó por la pared. La pared resbalaba a causa de la lluvia, pero aguantó lo suficiente para que los guardias lo perdieran de vista. Cuando desaparecieron, Gregorio bajó por la pared y se dirigió a toda prisa a donde él trabajaba. Por fin llegó, abrió la puerta del recinto y nada ocurrió como él esperaba. Todo el mundo empezó a gritar y a esconderse donde podía. Gregorio intentó decirles que era él, pero no le salían las palabras.

Justo en ese momento alguien abrió la puerta de golpe. La tormenta era más intensa que antes. Se oyó el ensordecedor ruido de la fuerte lluvia golpeando contra el capó de los coches, y de vez en cuando algún relámpago iluminaba el cielo. Diez hombres armados entraron en el recinto. Hicieron un círculo alrededor de Gregorio y le apuntaron con las pistolas. Uno de ellos se acercó a él. Era el mismo que había hablado con sus padres en la puerta de su casa. Delante de todo el mundo le apuntó con su pistola a la cara. El cañón de la pistola casi le rozaba la frente, cuando el policía dijo: “Ha llegado tu hora”.

Justo cuando el policía apretaba el gatillo, Gregorio se despertó de un salto y se incorporó sobre su cama mirándose las manos y viendo que por fin volvía a ser el mismo Gregorio de siempre. Miró por la ventana y vio que, en vez de una tormenta, lo que había era un sol que cegaba la vista. Gregorio se vistió y fue a trabajar como muchas otras veces, con la esperanza de ganar algún dinero para su familia.



Javier Coves Toral
                                                                                          

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