martes, 10 de junio de 2014

LA LIBRETA DE ANÓ.


LA LIBRETA DE ANÓ.


Néstor Ferri Pérez
                                                                  


     
            Tras pasar años y años encerrado en un mar de hojas oscuras y frías como la noche misma, el simple hecho de que me compraran y dejaran que mis hojas viesen aquella luz celestial que producía algo a lo que mi futuro dueño llamara sol, produjo un cambio tan drástico en mi monótona vida, que perdí la consciencia.       

           Desperté en un lugar que pensé dejar atrás, la oscuridad, y mi tristeza fue tal que lo único que se me ocurrió fue dormir, y dejar que el tiempo pasara. De repente, sin embargo, me pareció ver una ranura en una de mis hojas en la que, por un segundo, pasó la luz. Aquella sensación tan maravillosa me provocó la pérdida de consciencia y, seguidamente, todo se llenó de luz.  

           Poco a poco veía cómo una mano firme y pequeña como la de un niño, cogía un lápiz con sus dedos finos y llenos de heridas.

           Cada día me escribía las trágicas historias que le pasaban en el colegio. Los niños le pegaban y se metían con él por diferentes razones. Era distinto a los demás, no le gustaba la música pop y rock, a él le gustaban las baladas románticas. Otro día se metían con su monstruosa estatura para ser un niño. Y así día tras día.

            Yo siempre lloraba al ver lo trágica que era la vida de ese niño.

            Siempre me extrañaron las historias que me escribía, pero no por lo trágicas que eran, sino porque siempre acababan de la misma manera: "Firmado: Anó".

             Nunca entendí lo que querían decir esas tres letras con las que siempre finalizaba. Hasta que un día empezó escribiendo de una manera diferente: "Mi gran día". En esa hoja escribió que Sissy, la chica que le gustaba, se le había declarado y habían empezado a salir juntos. Con tan solo ocho años, el tímido y amable niño cumplió su sueño, y toda esa gente que se metía con él, ahora estaba muerta de envidia al ver lo bien que le iba la vida. Ese día, la historia terminó de una manera diferente y entonces lo comprendí todo: se avergonzaba de la vida que estaba teniendo, y ni siquiera quería que un diario, como yo, supiera su identidad, por eso firmaba como anónimo. Pero esta historia tuvo un final distinto: “Firmado: Alejandro Pérez”. 30/2/14
            Pasé años y años, fundido otra vez en la oscuridad. Sin embargo, en todo ese tiempo no me sentía aburrido como antaño, sino que me pasaba días y días releyendo las historias que me escribió aquel niño tan especial. De repente, un día, de improviso, sentí unas cosquillas en una de mis hojas: alguien estaba escribiendo. Me puse nervioso, y cuando vi lo que estaba escribiendo una mano firme y fuerte, me quedé paralizado: en la hoja estaba escrito: “Gracias, tú fuiste el único que me escuchó". 30/2/45
 

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