lunes, 9 de junio de 2014

IMPOTENCIA

IMPOTENCIA


   Guardada en un confortable estuche de piel: ese era mi hogar. Pasaba mucho tiempo allí, descansando, entre la fina tela de raso que me envolvía tiernamente.
   De vez en cuando me sacaban de mi estuche, me mojaban en la tinta de color azabache y empezaba a escribir sobre el papel.
   Mi dueño, Roberto Isla, era un hombre de negocios muy atareado y bastante endeudado. Siempre andaba con prisas y no tenía tiempo para hacer bailar una vieja pluma. A pesar de que no me utilizaba demasiado, me tenía mucho aprecio ya que fui un regalo de su mujer, Estela. A ella le encantaba yo porque afirmaba que podía presumir de un trazo fino y  delicado.
   Era una fría tarde de invierno cuando ella me sacó del estuche a toda prisa, arrancó una hoja de papel, mojó en la tinta y empezó a escribir. Yo no podía imaginar lo que Estela estaba anotando en la hoja; estaba asombrada de que realmente lo hubiera hecho. De repente unas lágrimas cayeron en el papel. Acabó de escribir y no puso su nombre ni el de la persona a la que le iba a entregar la nota.
    No me volvió a guardar en mi estuche, tenía mucha prisa por entregarla. Me quedé expectante sobre el escritorio. La cogió, la metió en su bolso y, antes de salir por la puerta, la nota cayó al suelo. Ella no se dio cuenta y cerró la puerta. Si supiese que se la había dejado allí olvidada… Me encantaría poder habérselo dicho, pero esa es una de las cualidades que no poseía.
    Allí estaba yo esperando a que Roberto llegara del trabajo. No tardaría mucho y así pronto me enteraría del contenido de esa nota.
    De repente el estruendo que dio con la puerta me confirmó su llegada. Roberto fue directo a su despacho (donde estaba yo) con la nota entre las manos, se sentó, la examinó y empezó a leerla en voz alta: “No podemos seguir juntos, mi marido lo descubrirá tarde o temprano”.
  De repente él exclamó:
-Así que un amante, eh… Pues se va a enterar.
   Roberto arrancó una hoja idéntica a la de su mujer, me cogió y empezó a escribir:
  “Cómo vuelvas a ver a mi mujer, en pocos días estarás criando malvas”.
   Cogió la nota, la dobló igual que la otra y la dejó donde se había encontrado la de su mujer. Él volvió a su despacho y se quedó esperando su llegada.
   No tardó mucho, y al entrar la recogió del suelo y se fue rápidamente. Roberto salió al corredor y vio que su mujer se había llevado la nota, esbozó una sonrisa y entró al despacho.
    Al día siguiente Estela no sospechó de su marido, y yo sentía impotencia por no poder decirle que pronto su amante moriría. Conociendo a Roberto, lo mataría aunque dejaran de verse.
 


                                                                                                        Alba Gomis Román

   





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