VIDA DE UNA PINZA
Manuel García Maciá
Al día siguiente,
llegó el ama de casa y me quitó el calcetín de las piernas. ¡Por fin! Se llevó
aquella asquerosa prenda y a mí me dejó con las otras pinzas en una pequeña
cesta, que era como nuestro hogar. Me dejó justo al lado de mi buen amigo
Javier, el más sabio de toda la cesta.
-¿Qué tal la
noche? -me preguntó.
-Bastante mal, la verdad. Me
ha tocado sujetar a un calcetín viejo que provocaba náuseas -le contesté.
-Bueno, ahora ya estás con
todos otra vez -dijo intentando animarme-. Ya ha pasado todo.
Aquella noche tuve
descanso, así que, antes de dormir, le pedí a mi amigo Javier que me contara la
leyenda que tan bien se sabía. Aquella leyenda ya la había escuchado como cien
veces, pero me gustaba tanto que la quería volver a escuchar. Eso sí, la
leyenda era terrorífica. Él aceptó y comenzó a hablar en voz no muy alta, para
no molestar a las otras pinzas:
-Según cuenta la
leyenda, existió una vez una pequeña pinza llamada Pablito. Pablito se enfadaba
muy fácilmente, pero casi siempre lograba controlarse. Un día, le toco sujetar
unos calzoncillos que habían sido cagados encima, cosa que a Pablito no le
gustó nada. Sus compañeros no paraban de reírse de él. Pablito intentó
controlarse, hasta que no pudo más. De la rabia, soltó los calzoncillos y éstos
se cayeron al suelo. Pablito no sabía en qué lío se había metido. Cuando llegó
el ama de aquella casa a recoger la ropa y vio los calzoncillos en el suelo,
cogió a Pablito y lo tiró a la basura. Jamás se supo de él. Fin.
-Nunca me cansaré de
escuchar esta historia, en serio -dije yo. Acto seguido, nos dormimos.
Por la mañana, me despertó el
ruido de la secadora. “Qué guarros son en esta familia, siempre con la lavadora
puesta”, pensé. Cuando acabó el ruido, entró la señora y, desgraciadamente, me
cogió a mí y me puso sujetando una camiseta interior que olía a puro sudor. “¡Qué asco!”, pensé. Mis compañeros de trabajo, al verme, empezaron a reírse
como locos. Estaba pasando un miedo terrible; tanto, que se me resbaló una de
mis piernas y la camiseta se desvaneció hacia el suelo. El mundo se me cayó a
los pies. De repente, la sala sufrió un increíble silencio. Entró el ama de
casa y ya veía mi final, pero no fue así. La señora cogió la camiseta, la
tendió con otra pinza y a mí me devolvió a la cesta con las otras pinzas. ¡Qué
suerte!
Ahora he cambiado de trabajo.
Ya no sujeto ropa, sino bolsas de patatas. Este trabajo es lo mejor que me ha
pasado en la vida. Además, he encontrado un amigo... ¡Pablito! Mi amigo sujeta
la bolsa de los cacahuetes, pero, como estamos en el mismo armario, nos vemos
siempre. Pablito me contó que decían que le habían tirado a la basura porque el
armario donde estaba ahora se hallaba justo al lado. Por ello se debieron
confundir.
Lo que más me gusta de mi nuevo trabajo es
que a veces a la familia se les caen pequeños trocitos de patatas en la bolsa y
yo aprovecho para zampármelos. ¡Es increíble! ¡Me encanta mi nueva vida!
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